Jardines de Pandemia
Palabras por Delia Pinto-Santini
Artes por Sam Shafer
Comparto aquí la historia de un jardín que nació del caos. Un cambio inesperado, una sacudida en nuestras rutinas, le recordó a mi familia cuán vulnerable es nuestro acceso a los alimentos. Nos recordó que, en nuestras actuales condiciones de vida, solo tenemos la posibilidad de adquirir alimentos cuando recibimos un sueldo producto de nuestro trabajo. Si por alguna razón no hay trabajo remunerado entonces no hay un sistema que nos permita el acceso a la comida o si lo hay, no sería de la mejor calidad. Uno a menudo no tiene el espacio mental de ponerse a pensar siquiera qué tipo de alimentos estamos sujetos a adquirir en los mercados, que tan frescos están cuando los adquirimos, de donde vienen o por qué comemos unos alimentos sobre otros. La situación de vernos inmovilizados en casa nos permitió mirar desde el caos una realidad subyacente que a menudo podemos suprimir. ¿Qué pasaría si no pudiésemos comprar alimentos? ¿Qué pasaría si hubiese escasez de estos en las tiendas? Nos dimos cuenta de nuestra vulnerabilidad en el actual modelo socioeconómico en el cual la alimentación, una buena alimentación, no está disponible equilibradamente para todos.
¿Qué hacer? Como por arte de magia, el universo inició su trabajo. Viviendo en un apartamento rentado, en el medio de la ciudad y sin tener tierras disponibles alrededor, decidimos “adueñarnos” de las jardineras del edificio, las cuales tenían algunas plantas ornamentales y unos buenos espacios vacíos entre ellas. Había también una jardinera exterior por la ventana de nuestra sala, a la cual no le habíamos prestado atención. En los pocos años que llevábamos en este edificio, algunas veces durante el verano, la gerencia sembraba allí algunas flores. Esta jardinera había estado vacía por un tiempo, con tan solo una planta de menta que una vecina había sembrado en uno de los extremos, y como buena menta, crecía y se esparcía ávidamente. Le contamos de nuestro plan a unos pocos vecinos, quienes respondieron: “¿Cómo? ¡La gerencia del edificio les va a decir que no, que estos no son espacios para sembrar comida! Les van a quitar las plantas.” Hicimos caso omiso, decidimos asumir la filosofía de pedir perdón antes que pedir permiso! ¡E hicimos bien!
En un paseo con mi hijo, pasamos por el frente de una casa donde habían dejado plantitas de flores Zinnia para llevar GRATIS. Nos llevamos tres plantitas cuyas raíces encontrarían hogar en la jardinera de la ventana. Nos fuimos a la tienda de jardines y nos encontramos con una variedad de tomates: cherry, ‘Cherokee red’ y ‘yellow pear’. Y finalmente conseguimos sobrecitos de semillas de arúgula, perejil, cilantro y albahaca. Para ayudar con el suelo, adquirimos unos pequeños sacos de tierra y abono. Que emoción fue enriquecer el suelo, proveer el espacio para que las semillas expresaran su potencial. Para los tomates construimos soportes con palos de bambú que nos regalaron unos amigos. Empezó entonces el nexo de amor con las semillas y lo que serían, con las plantulitas y su crecimiento; un compromiso se había creado con el cuidado del jardín. ¡Ahora hay algo que hacer en las mañanas y las tardes! Proveer agua para que las plantas sigan creciendo y las semillas germinen. ¡¡Cuando empiezan a salir las plantulitas, que alegría!! Cada tipo de semilla germinando a su ritmo, unas primeras y otras después. Las arúgulas más rápidamente y la albahaca un poco retrasada. El aprendizaje no se hace esperar: creemos que el suelo donde estaban las albahacas estuvo muy rocoso. ¡Quizás el próximo año podríamos empezar la albahaca en semilleros y luego pasarlas a la jardinera! Las exclamaciones de los vecinos no se hicieron esperar: “¿Cómo van los tomates? ¡Ahí van las plantitas! ¡Qué bella flor!” Cuando floreció la primera flor de Zinnia, una niña del edificio quería arrancarla y llevarla a su casa. ¡Le dijimos que era bonito dejar las flores en la planta, porque así todos las podríamos disfrutar y durarán también mucho más! Estábamos creando un mayor sentido de comunidad. Estamos generando conversaciones y conexiones entre los vecinos. ¡Y todo con un pequeño jardín!
La vida del jardín trajo más vida: empiezas a ver el suelo vivo con muchos insectos. Cuando llegaron las flores, llegaron mariposas. ¡¡Un día llegaron unos gusanitos verdes que se comieron la mayoría de las arúgulas ya casi a punto de cosechar!! Estas ‘plaguitas’ también tienen espacio en la rueda de la vida; esto nos reconectó con la idea de pensar en cómo controlarlas y darles su espacio sin químicos que las maten, y que a la vez matan el suelo. Quizás debemos cosechar la arúgula más pronto antes de que atraigan a los gusanitos o cosechar tan pronto aparezcan los gusanitos y dejarles algunas como regalo. ¡En las plantas de tomate empezamos a ver telas de araña! ¡Y un día vimos un pequeño ‘slug’ y un ciempiés encima de un tomate! Me remonté a la infancia donde todo esto me maravillaba, asombraba y me hacía sentir feliz. El cuidado del jardín, dió espacio para la meditación, mientras regaba las plantas o veía las nuevas hojas crecer, los frutos aparecer, las flores florecer, reconecté con mi madre y su jardín, recordé los olores de la infancia, las cestitas de tomate cherry que nos sentábamos a comer mi hermana y yo, las tardes estudiando en un pupitre debajo del árbol de mango, las subidas para recoger los mangos más altos, el árbol de onoto, la iguana en el árbol de semeruco que orinó a mi papá mientras leía el periódico, los nidos de pajaritos escondidos en el árbol de Ficus y en las palmas de coco enano. Este pequeño jardín de la pandemia traía a la vida mis recuerdos, y se convertía en otra memoria que ahora mi hijo podía vivir y recordar.
Después de todo, !si podemos producir comida! El jardín nos trajo hermosos recuerdos de lo que fuimos, somos y seremos. Nada se pierde y el conocimiento que llevamos en nuestras psiquis y nuestros cuerpos puede siempre ser llamado y accionado.
Así pasó el verano y ya se sentía la llegada del otoño, cuando supe entonces a través de la pérdida, lo mucho que este pequeño jardín me traía de regalo, el nexo tan grande que había creado con este espacio de vida. Mi hijo me despertó esa mañana diciendo: ¡¡Mamá hay alguien limpiando la jardinera, han sacado todas las plantas!! No lo podía creer, fue como si un ciclón hubiese pasado, el sentimiento de pérdida era grande. La persona me dijo que había sido enviado a limpiar todas las ‘malezas’ de la jardinera… Oh no!! ¿Cómo podían decir que eran malezas? ¡¡Eran flores y hierbas!! Entendí que después de todo ya era tiempo de dejar ir el jardín, lista o no, se cerraba un ciclo.
No importa que lo que hagamos pueda ser considerado ‘maleza’ por algunos. Aunque nuestros jardines parezcan difíciles de crear o mantener, aunque en un principio no sepamos qué hacer, aunque muchos los destruyan, accidentalmente o intencionalmente, siempre habrá valido la pena sembrar una semilla. Es con este espíritu que me alisto para las dificultades y alegrías por venir, para la posibilidad de mantener vivos jardines metafóricos y tangibles con la guía de los que vinieron antes, para que siga habiendo suelo fértil para los que vendrán después. Happy growing!!
Delia Pinto-Santini (she/her)
Delia has lived for the last 20 years in the Pacific Northwest. She grew up in Venezuela. She is a mom, partner, friend, daughter, sister, biomedical worker. Most of the time she is an optimistic, long-time learner. She loves walks, hikes and camping with son and friends. She likes dancing and laughing. She has loved learning from and with CAGJ friends this last year.
Sam Shafer (she/her)
Sam is a white, Jewish, early childhood educator and inconsistent creative living on occupied Duwamish land. You can usually find Sam admiring lichen and mud puddles, riding her bike, or cooking delightfully weird meals.